martes, 22 de marzo de 2011

Líneas férreas

Andrea, un día más, madrugó y acudió a la cita con su pasado en la estación de tren. Unos bollos recién hechos y el aroma de un café intenso  le daban fe que si bien el tiempo había pasado las buenas costumbres siempre perduran.  Hace años, conoció en dicho escenario a quien fue su compañero de viaje, un apuesto maquinista que le hizo la vida muy agradable. Andrea pintaba canas pues ya contaba con ochenta y un años pero el deseo de vivir la preservaba activa. Era esa fuerza transcendental la que la empujaba todas las mañanas a recorrer los andenes del ferrocarril en busca del recuerdo. Las vías férreas, el revisor de tren, el equipaje de los viajeros repleto de historias, los vagones, el abrazo de los que se despiden ó el de los que se reencuentran. Todo ello  le desempolvaba  la época que vivió junto a Mario, su maquinista de tren. Le gustaba recordar las horas acaecidas aguardando el turno en el que su enamorado conducía para poder verlo tan sólo unos instantes pues enseguida reanudaría su camino.
Pero afortunadamente para Andrea, no sólo vivía de la memoria. En la época actual presumía de tener una familia maravillosa. Una  hija nacida de la unión con Mario la había hecho abuela de dos nietos estupendos, que eran el orgullo  de la octogenaria. Carla, que así se llamaba la primogénita, por motivos de trabajo, marchó a Madrid y hoy era en el mismo entorno de líneas férreas donde madre e hija se reencontraban a menudo.
“Viajar es un placer”, era la afirmación que Carla sostenía habitualmente. Numerosas veces hubo escuchado a sus padres relatar la historia de cómo se conocieron. Una valenciana dicharachera, hace cincuenta años, en la primavera de 1959 conoció, en el café donde acostumbraba a desayunar antes de subir al tren que la llevaría camino a su trabajo, a un joven apuesto que resulto ser maquinista y que también tomaba bollos con café. De seguida,  simpatizaron y surgió una pasión que duró hasta que Mario desapareció. Así es la vida, unos vienen y otros van, como el andén de una estación de tren donde unos se alejan y otros se encuentran.
Ahora se sentía muy cerca de sus recuerdos y también de su familia pues el trayecto desde Madrid, en la actualidad resultaba muy corto. Las líneas modernas le confirmaron que el progreso y el cambio también habían llegado a la estación de tren. Eso era bueno -se dijo para si misma.